martes, 9 de octubre de 2012

Capítulo 17. Primera parte.


Comisaría de Policía Nacional. Murcia, España.
-          ¿Es usted Irene Castaño?
-          Sí.
-          ¿Qué relación tiene con Alba Marín?
-          Somos amigas desde hace muchos años.
-          ¿Se encontraba usted de visita en su residencia de Londres cuando Alba Marín realizó la audición para viajar a Arabia, no es así?
-          ¿Se refiere usted al día en que se lesionó?
-          Así es.
-          Sí, yo estaba en Londres.
-          ¿Podría contarme la forma en que se realizaron las sesiones de rehabilitación, y en qué medida ello facilitó el acercamiento entre Alba y Enrique?
-          Por supuesto.


“Ni siquiera han pasado cinco minutos cuando Enrique dobla la esquina. Se encontraba cerca, pero aún así se apresuró para llegar lo antes posible. No le gusta hacer esperar y la llamada de su tío le inquietó.  Una sudadera GAP gris oscura y unos vaqueros anchos le dan un aire más informal al que Alba está acostumbrada, quien aún está en el coche para no tener que esperar en pie. Salvador le ofrece su brazo para apoyarse. Sale del coche gracias a su ayuda. Al apoyar la pierna herida en el asfalto, sale de las entrañas de la joven un quejido que hace que el bello de los brazos de Ariela se manifieste. Al instante,  las pupilas de Alba deciden bañarse en el pequeño mar de sus ojos marrones. Apoyada en el capó del coche con una mano, trata de esconderse y con la manga de la chaqueta seca sus lágrimas. Enrique fija sus ojos en ella. Ambos se miran, en silencio.  

-          ¿Qué ha pasado?- Pregunta Enrique mirando atento la inmovilización de la pierna de Alba.
-          Gajes del oficio. – No vuelve a preguntar nada al respecto, decide hacerlo en otro momento.- Ya te contaré. Ahora ayúdanos a subir a casa, nosotras solas no podemos.
-          Está bien, ¿Te importa?- Pregunta Enrique a Alba mientras la sujeta desde la espalda y se agacha para tomarla.

Alba niega que le importe con la cabeza. Enrique la toma en peso y sube los dos pisos de lado para evitar golpear las piernas de Alba contra la barandilla de la escalera. La cabeza de Alba descansa sobre el hombro de Enrique, manchando, a causa de las lágrimas, la sudadera de este con la máscara de pestañas que embellecía los ojos de la chica. Abriendo paso sube Ariela, y en último lugar, lo hace Salvador, que carga el macuto de Alba. Una vez arriba, Ariela abre la puerta y todos entran en casa.
Enrique la posa directamente sobre la cama. Sale a despedir a su tío y se ofrece a acompañarlas un rato por si necesitasen algo. Ariela acepta. Ambos entran de nuevo en la habitación para comprobar el estado de Alba, y la encuentran, destrozada, cubriéndose con las manos el rostro para ocultar su llanto. Al oír los pasos de estos, Alba deja su cara al descubierto, los suspiros y sollozos no le dejan pronunciar una palabra, pero en cuestión de segundos consigue calmarse. Ariela se sienta junto a ella y la abraza. Enrique sigue en frente, mirándola fijamente. Está asustado. Es consciente de que la preocupación que siente en este momento es similar a la que se siente cuando alguien que te importa, alguien a quien amas, está sufriendo. Y así es. La mira y la ve más bonita que nunca. A pesar de los ojos bañados en lágrimas y del despeinado cabello le parece más bella de lo que le había parecido jamás. En su mente bailan imágenes de otros momentos que ha vivido con ella.

Alba comienza a golpear el colchón de la cama entre lágrimas mientras maldice e insulta a quien tanto daño le ha hecho.

Pero Enrique no puede dejar de admirarla. Sus ojos, sus labios, el color de su piel. El suyo es un moreno tostado al que el Sol le ha regalado unos destellos dorados preciosos, y su carácter es bravo. Quizá sea eso lo que le hipnotiza, quizá sus enormes y vivos ojos color miel, tal vez la lágrima que resbala en este preciso instante hacia sus gruesos y rosados labios, que esta vez no esbozan sonrisa alguna.  De una u otra forma, ante los ojos de Enrique aparece claro el sentimiento de que, se ha enamorado.


La voz de Ariela le hace reaccionar:
-Es increíble, no creía que podía llegar a ser tan mala. ¡Podría haberte pasado algo mucho peor! Te podrías haber caído y haberte golpeado la cabeza. Deberían expulsarla de la compañía para siempre. – Alba sigue llorando.- En fin, te prepararé una tila, ¿de acuerdo? Así dormirás mejor. – Alba asiente.

Ariela se dirige a la cocina y Enrique la sigue. Se interesa por lo ocurrido, por lo que Ariela le cuenta todo. La prueba, la elección de los jueces por Alba, y la traición de María Isabella. El color de piel de la cara de Enrique palidece.

-          Ari, María Isabella es mi ex.
-          ¿Qué? Pues chico, vaya ojo tienes. Menuda víbora.
-          No sabía que podía ser capaz de algo así. Ya le dije que no tenía nada con Alba.
-          ¿Perdona?- Ariela introduce dos bolsitas de tila en el agua hirviendo. – Creí que lo había hecho por competitividad, por la prueba, por la plaza en Arabia. ¿Qué sabe ella de Alba?
-          Nada, nos vio en la discoteca salir juntos. Nada más.
-          Ya veo que se trata más bien de una competición por ti.
-          Sí, aunque sólo sea por parte de María Isabella.

Ariela lo compadece, le sonríe con dulzura pero no puede darle una explicación acerca del cambio de actitud de Alba. Ni siquiera ella sabe la causa. Ambos guardan silencio.

-          ¿Por qué os culpan de la desaparición de Paola?- Dice Ariela rompiendo ese silencio y creando una sensación en Enrique similar a la de una ducha de agua fría.
-          Os seguimos.- Contesta mientras pasa su mano por detrás de la cabeza acariciando su corto cabello. - No nos fiábamos de que vinieseis hasta aquí en taxi, y os seguimos. Como Paola iba sola y vosotras no, seguimos en su dirección y vimos como llamaba al hostal. El taxista debió vernos. Pero Joss tiene muchos contactos gracias a su familia y enseguida salimos del calabozo.- De nuevo el silencio.- ¿Tú también crees que fuimos nosotros? – Pregunta preocupado.
-          No, la verdad es que no lo creo. Pero, ¿quién lo sabe? En realidad, no quiero creerlo.- Ariela hace una pausa.- ¿Y Angelica? – Enrique frunce el ceño, extrañado.- ¿Por qué Joss le hizo el mismo regalo que a mí? ¿Cuándo se lo hizo?
-          Ah… eso. Hace unos meses. Joss intentó tener algo con ella, pero Angelica nunca quiso. No es nada que deba preocuparte, hazme caso.

Enrique abandona la cocina y se dirige hacia el cuarto de Alba, quien ya, más calmada, descansa mirando al techo. Enrique ocupa el sitio libre junto a ella.
-          ¿Estás bien?- Le pregunta mientras apoya delicadamente su mano sobre la pierna de Alba.
-          Sí. Gracias. – Contesta rápidamente.
-          ¡Ya estamos aquí! ¡Lo hemos pasado genial! – Dicen Irene y Rocío mientras entran por el pasillo.- ¡Hemos visto mil…- Rocío no puede seguir hablando cuando ve a Alba sobre la cama.
-          ¿Qué te ha pasado?- Dice Irene mientras Rocío se apresura a dar un abrazo a su amiga. Alba rompe a llorar de nuevo entre los brazos de esta.
-          Bueno, ahora os contará todo. Soy Enrique, el fisioterapeuta. 
-          Ah…con que…- Rocío da una vuelta alrededor de Enrique para examinarlo en profundidad. Su cara expresa menos preocupación que hace un momento, se muestra en ella una mezcla entre curiosidad y picardía.
-          Bueno, ¿Qué ha pasado? – La interrumpe Irene rápidamente.
-          Parece una subluxación. Aún es pronto para comenzar con la rehabilitación. De momento, mantén la pierna en esta posición todo lo posible.- Dice dirigiéndose a Alba.- Permanece en casa unos días y después comenzaremos con la fisioterapia. Yo mismo vendré para que no tengas que desplazarte a la academia. ¡Ah! Y mañana, traeré una silla de ruedas preparada para que mantengas la pierna en posición de un ángulo de noventa  grados. ¿De acuerdo?- Alba asiente, sin pronunciar una palabra.- Bueno, no estés triste,- Enrique acaricia el pelo de Alba y situándolo detrás de sus orejas.-  probablemente en unas tres semanas puedas estar entrenando otra vez.

Alba rehúye de las manos de Enrique alejando su cabeza de estas. Enrique lo nota, y ello modifica su humor. Irene cierra los ojos deseando desaparecer de la escena.
-          ¿Se puede saber qué te pasa?
-          ¿Aún no te has enterado? No me fío de ti. ¿Te enteras?
-          Está bien Alba. A partir de ahora vendré, te daré tu tratamiento y me iré sin cruzar una palabra. Se acabó. ¿Es lo que quieres?
-          Es lo que quiero, y lo que espero.- esas duras palabras hacen entristecer los ojos de Enrique, quien sin decir adiós, se marcha.

No hay pruebas que lo inculpen, sólo indicios, suposiciones. Y de hecho, algo en el corazón de Alba le dice que nunca haría nada malo. No obstante, prefiere mantenerse alerta.

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