sábado, 1 de septiembre de 2012

Capítulo 13. Primera parte.


Decidimos trasladar el colchón de Ari a mi habitación para dormir las cuatro juntas. Lo dejamos todo preparado para que cuando volvamos de cenar no tengamos que hacerlo. He pensado mucho a lo largo de la tarde en el caso de Paola. Es realmente escalofriante. Prácticamente no la conozco y ya me duele haberla perdido. ¿Dónde estará? ¿Qué le habrá pasado? Mientras pienso en ello terminamos de colocar la ropa de cama en el colchón de Ariela. Esta se asoma a la puerta.
-          Voy a bajar a la tienda a comprar algo de bollería y bebidas para cuando volvamos.
-          Vale, ¿Quieres que te acompañemos?
-          No, no te preocupes, termina de arreglar el cuarto. Yo vengo en seguida.
-          Vale.
En el momento en el que Ariela cierra la puerta de casa tras de sí, Irene y Rocío se tumban en mi cama. Con la mirada, me invitan a que haga lo mismo. Me acuesto junto a Rocío dejándola en medio de las dos, como siempre que dormimos juntas, como hacíamos antes. Las dos me miran fijamente. Rocío tiene su cabeza sobre la almohada. Irene asoma por detrás de ella apoyando la cabeza en la palma de su mano.
-          ¿Cómo estás?- Pregunta directamente incorporándose un poco.
-          Bien.
-          Bien. Ya. A ver, cuéntalo todo ahora que estamos solas.
-          Si es que no hay más que contar. Lo conocí, y me gustó. Bueno, me encantó. Y ya sabéis que no quería que pasara nada de esto. Vine convencida de no despistarme, de no apartarme de mis objetivos. – Esta vez yo me incorporo y reposo la espalda contra la pared.- Pero no sé… tiene algo especial. – Hago una pausa para pensar. Ellas no me interrumpen. – Pero no puedo arriesgarme, no sé si puedo fiarme de él. No sólo es un trabajador de la compañía. Es el sobrino del dueño.
-          ¿Qué?- Irene ha sido la primera en hablar pero el asombro de Rocío no ha sido menor.
-          Entendemos cómo te sientes. Sé que estás asustada, pero tienes que intentar alejarte de él. Al menos hasta que compruebes qué tipo de persona es.
-          Sí.- Dice Irene algo menos convencida.- O hasta que no puedas resistirte.
-          De hecho, ya me cuesta bastante resistirme.
-          Lo sé. Por eso te lo he dicho.
-          Mira, Alba. – Rocío se apoya sobre mis piernas mientras habla y me abraza con fuerza. – Tú has venido aquí sin pensar en lo que puede pasar. Has tirado hacia adelante como haces siempre, sin pararte a pensar y sin mirar atrás, ni siquiera para tomar impulso. Pero los que nos quedamos en nuestro sitio, los que notamos que te has ido, estamos sufriendo. Por eso, vamos a hacer todo lo posible por venir a menudo, pero tienes que prometernos que vas a tener cuidado, y que alguna vez vas a dejar de ser tan cabezota y tan valiente. Es peligroso.
-          Algún día dejaré de comportarme así, supongo. Pero sólo cuando consiga lo que quiero.
-          De todas formas, vamos a estar aquí. Hagas lo que hagas, cambies o sigas cometiendo locuras. – Las palabras de Irene nos hacen abrazarnos fuerte. Noto como fluye de unas a otras la amistad, el cariño, el amor que nos tenemos desde hace tantos años. – Porque no somos tres, somos una. Para todo, y para siempre.
En ese momento Ariela entra en la habitación cargada de Donuts, diversos dulces, leche, zumos y batidos de chocolate. Rocío, al verla, se levanta de un salto y va hacia ella.
-          Me caías bien Ari, pero después de esta compra, me has ganado del todo.
Todas nos reímos. Comenzamos a arreglarnos para salir a cenar. Cuando estamos listas, cogemos el metro hacia Piccadilly Circus. Les muestro esa pequeña parte de la ciudad, iluminada, bonita, embriagadora. Nos hacemos cientos de fotos en cada zona de la ciudad. Y recorriendo algunos metros de la inmensa Oxford Street, nos dirigimos hacia China-Town. Una simpática figura de una especie de gato oriental que baja por una pared nos llama la atención. También nos hacemos fotos con ella. Al igual que bajo un gran arco de luces que da entrada a una de las calles del barrio chino. Reímos y disfrutamos como las buenas amigas que somos y seremos siempre.
 Para cenar, decidimos ir al Soho. El término “soho” era un antiguo grito de caza. El barrio se denomina así desde el siglo XVII. Siempre ha sido un barrio bohemio, con bares y pubs abiertos hasta altas horas de la noche. Hace años podías encontrar allí a diversos artistas, poetas y cantantes borrachos que recitaban sus rimas, cantaban sus canciones, o simplemente consumían alcohol pasando de bar en bar. También lograron asentarse allí las prostitutas. Actualmente, es el principal barrio gay londinense, una zona repleta de comercios y pequeñas tiendas, aunque hay una gran parte de ella en obras. Después de ver varios pubs, entramos en uno de ellos. Un chico y una chica toman dos coca-colas. Hablan mientras la mano del chico descansa sobre la de su acompañante. Su dedo pulgar le acaricia la piel mientras se sonríen. Ella sorbe de la pajita mientras sus ojos lo miran iluminados. Sus gestos, sus ojos, me hacen pensar en el amor. Ellos se quieren, salta a la vista. El brillo de sus miradas muestra ternura, confianza, complicidad, y sobre todo, transmiten el amor que se tienen. En otra mesa, un matrimonio y dos niños comen patatas fritas. Uno de los pequeños trata de mantener una patata colgando desde el agujero de su nariz. El otro, se introduce otra por el oído. Los padres ríen mientras observan satisfechos la diversión de sus hijos.
Nos sentamos en la mesa contigua a la escena familiar. Escogemos diversos platos combinados y cenamos tranquilas, ajenas a la extraña situación de Paola. Se me ha olvidado por algunos momentos.  Pero en ocasiones me vienen ráfagas de recuerdos. Recuerdos que provocan una punzada en el pecho, en lo más profundo del corazón. Recuerdos que se clavan en el alma como puñales. Y en momentos así, en situaciones como esta, sólo pienso en una persona: mi hermana. Y ya  paso toda la cena recordándola, la incertidumbre de no saber dónde ni como está es demasiado fuerte. No obstante, como suelo hacer, como dijo Rocío hace un momento en casa, hago de tripas corazón, trago saliva y sonrío. Muestro una sonrisa amplia. Ellas, que hablan de un tema al cual no he prestado la más mínima atención a causa de mis pensamientos, me devuelven una sonrisa cada una. Cuando terminamos la cena caminamos de vuelta al metro. Decidimos pasear lentamente y disfrutar de los escaparates, de las luces, de las calles, de todo. 

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