CAPÍTULO 1.
Mis muñecas comienzan a
resentirse a causa del peso de las esposas. Los puntos del hombro también me
molestan, aún me tiran. Saco la cabeza de entre mis manos, apoyo los brazos
sobre la mesa y miro al frente. Esta luz tan brillante me molesta en los ojos.
Tengo que cerrarlos un poco para acostumbrarme.
-
¿De verdad esto
es necesario? – Pregunto.
-
Sabes que sí.
Necesito que me lo cuentes todo, desde el principio.
-
Usted ya lo sabe
todo.
-
Y tú ya conoces
el procedimiento. – Dice mientras pone en funcionamiento una cámara de vídeo
donde quedará grabado todo mi testimonio.
-
¿Por dónde quiere
que empiece? ¿Por cuando usted me contrató? – Le digo desafiante.
“Por fin piso tierra firme, un
par de minutos más en el aire y hubiese perdido incluso la conciencia. Detesto
los aviones, siempre los he odiado aunque nunca hubiese subido a uno. Para todo
hay una primera vez, la mía ha sido esta, y espero no tener que repetirla en
mucho tiempo. Sí, lo reconozco, tengo pánico a los aviones.
Me aparto el pelo de la cara,
miro al cielo mientras exhalo un suspiro de alivio, y cuelgo sobre mi hombro
derecho mi bolso intentando avanzar rápidamente para protegerme de las finas
gotas de lluvia que el cielo me regala a mi llegada al aeropuerto de Stanted,
Londres. Londres, frío, Londres, lluvioso. Londres, mi destino. Menos mal que
en el último momento decidí abrigarme y cogí mi gorro de lana beige para
protegerme el pelo de la lluvia, y la bufanda y los guantes de Burberry que me regaló mi abuela por mi último
cumpleaños. Cómo la voy a echar de menos. Huelo mi bufanda y el aroma al
perfume que me regaló la última Navidad, también me hace recordarla. Espero poder volver pronto a casa y celebrar
con la familia el ritual de cada año. Con toda la familia. El comedor de casa
de mis abuelos pasa la noche abarrotado de paquetes envueltos en un papel brillante de diferentes motivos
navideños, para acabar a la mañana siguiente con los restos de envoltorio y
cajas vacías esparcidas por los suelos, además de un sin fin de alegrías y
agradecimientos por cada regalo recibido. Entristezco a causa de los recuerdos.
Un momento, Alba, ¿no estarás dudando? Esta es tu oportunidad. Sí, es mi
oportunidad. Levanto la cabeza, alzo la vista y piso el suelo decidida en cada
paso que doy. No quiero distraerme y mucho menos si ello me supone entristecer.
Decido observar a mis compañeros
de vuelo. A unos viajeros esta lluvia les agrada más que a otros, o al menos
eso expresan sus rostros. Algunos llevan prisa por llegar a una reunión importante;
un grupo de jóvenes españoles, calculo que más o menos de mi edad, corren entre
risas y gritos ansiosos por conocer la ciudad. Otros bajan del avión
esperanzados de que alguien esté esperándoles, otros son tan serios que apenas
puedo adivinar qué destino inmediato les depara. Sigo corriendo hasta notar que
ya no me cae lluvia sobre el gorro. He entrado al edificio. A diferencia de
otros, yo no tengo prisa. Nadie me espera y no tengo ninguna cita importante.
Al menos no hasta mañana.
Siguiendo de nuevo las
indicaciones en el idioma anglosajón, bajo una planta por escaleras, esta vez,
desafortunadamente no mecánicas, y llego con algunas dificultades hasta el
autobús, que estacionado, espera al resto de viajeros. Respiro hondo, e
introduzco el pesado equipaje gracias a la ayuda del conductor. Una vez dentro,
escojo el primer asiento libre que veo, el primero a mi derecha.
Reposo la cabeza sobre el
cristal y cierro los ojos a la espera de otra hora de viaje. Una hora. Sólo una
hora me separa de la que puede ser la experiencia más decisiva de mi vida. Qué
pena que en ese momento no fuese capaz de adelantarme a los acontecimientos y
saber cuán importante sería realmente esa experiencia.
[1] Transporte de viajeros desde el aeropuerto de Stansted hasta el centro
de la ciudad de Londres y viceversa.
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