domingo, 16 de septiembre de 2012

Capítulo 15. Primera Parte.


El día ha amanecido nulo, aunque Enrique no sabe hasta qué punto será su día gris. Va camino al trabajo, pensando en que por más que la busca, no consigue ver a Alba. Tampoco ayer coincidió con ella, sólo pudo dejarle otra nota en el macuto, una nota que dice una verdad, pero sólo a medias. Es cierto que los rechazos y el ignoro que Alba muestra hacia él le producen una sensación excitante que le hace seguir intentándolo, pero en el fondo es consciente de que sus sentimientos hacia Alba se están haciendo fuertes y si dichos rechazos se perpetúan en el tiempo, acabará sufriendo. Sin embargo, cada vez que la ve siente como un despertar en su interior que le hace coger fuerzas para seguir intentándolo. Ya apenas piensa en María Isabella. Ella sigue llamándole en algunas ocasiones, pero él nunca le contesta, y ya lo hace sin esfuerzo. Y todo ello lo ha conseguido el tiempo, pero también esa chica de ojos grandes en  la que no puede dejar de pensar. Es extraño, se mostró simpática e interesada en un principio. Era natural, risueña y cariñosa, pero en el momento en el que coincidieron en la academia, algo ocurrió que la hizo cambiar. “¿Qué hice mal?”, piensa, pero no halla respuesta. Ojalá que algún día, un día cercano, logre conquistarla.

Sus pensamientos se ven interrumpidos al llegar a la entrada del edificio. Un señor de aspecto serio le detiene poniéndole la mano en el pecho.

-          ¿Enrique?
-          Sí, soy yo.
-          ¿Tiene usted un coche marrón de la marca mini?
-          Sí. ¿Quién es usted?
-          Ignacio García, inspector de la policía en Argentina.- Dice mientras le enseña su placa identificativa.- Tiene que acompañarme.
-          ¿Pero ocurre algo?
-          Eso es lo que quiero que usted me diga.

Enrique se introduce en el coche del inspector, que lo lleva a un despacho en una de las comisarías de Londres. Desde allí, Enrique telefonea a su tío y este a su abogado. Después, Enrique debe pasar a la sala de interrogaciones y contestar a todas las preguntas.
-          Verás, Enrique. Voy a hacerte algunas preguntas.
-          De acuerdo.
-          ¿Saliste el viernes por la noche?
-          Sí.
-          ¿Qué hiciste?
-          Fui a cenar con unos amigos a Covent Garden.
-          ¿Y después?
-          Fui a una discoteca, se llama Scala.
-          ¿Conociste allí a alguien?
-          Sí, a mucha gente.
-          ¿Conociste a una chica llamada Paola?
-          No.
-          ¿Estás seguro?
-          Claro.

De esta forma Enrique responde a cada pregunta con calma, aunque en su interior se encuentra angustiado. Enrique explica cómo conoció a Ariela y a Alba, pero sigue afirmando que no conoció a ninguna chica que se llamara Paola. No da crédito a lo que le está ocurriendo.

-          ¿Podría explicarme a qué se debe todo esto?
-          Sí, claro. Enrique, el viernes por la noche esas dos chicas a las que conociste y una chica más, Paola, volvieron a casa en el mismo coche.
-          Ah, sí, lo recuerdo.- Dice Enrique sorprendido mientras pasa su mano izquierda por su pelo.- Cuando ya estaban subidas en el taxi llegó otra chica, preguntó algo al conductor, y finalmente montó ella también en el coche. ¿Esa es Paola?- Pregunta intrigado- ¿Y qué pasa con ella? ¿Y qué tengo yo que ver?
-          Paola desapareció esa noche, y tú eres el primer sospechoso.- Enrique se lleva las manos a la cabeza.-  El segundo es tu amigo…- El inspector titubea un instante.- Joss. Sí, Joss. Ya ha sido informado de que debe acudir a comisaría lo antes posible.
-          ¿Qué?- Esta vez las manos le cubren la boca.- ¿Pero por qué? ¡Si no la conocemos de nada!
-          Seguisteis al taxi hasta Camden, y allí seguisteis en dirección hacia donde Paola caminaba. ¿No es así?

Esta vez Enrique baja la vista al suelo. Es peor de lo que creía, realmente parece culpable. Todo señala hacia ellos. Ni siquiera sabe cómo defender su verdad, hacerla creíble. Sus nervios están aumentando por momentos.

-          Es así, pero déjeme que le explique. Joss y yo nos ofrecimos a llevarlas a casa, pero ellas se negaron. No quería que fuesen solas y no me fiaba de que una vez en Camden, tuvieran que caminar solas hasta casa, así que seguí al taxi. Cuando se bajaron, Ari y Alba marcharon en la misma dirección, así que joss y yo decidimos ir detrás de Paola, para que no le ocurriera nada, y cuando la vi llamando al timbre del hostal seguí mi camino hasta doblar la esquina y llegar a la próxima manzana, donde vi como Alba y Ari entraban a casa.
-          ¿Puedes demostrar lo que me has contado?
-          No. Aunque puede preguntarle a Joss, le dirá lo mismo.
-          Eso no me sirve. Ambos seguís siendo sospechosos. Una última cosa.
-          Dígame.
-          ¿Estás seguro de que Paola tocó el timbre del hostal?
-          Prácticamente sí, bueno yo conducía así que fue Joss el que me lo dijo.

Sin embargo, según los dueños, nunca llegó a entrar. El interrogatorio continúa, pero el inspector no parece satisfecho. Sigue sin tener nada, y no tiene motivos para hacer que Enrique permanezca en comisaría. Así que debe dejarlo ir. Antes de que Enrique se haya marchado, Joss se persona en la comisaría. Las respuestas que da ante el interrogatorio contrastan la información de Enrique. El inspector debe dejarlos marchar por falta de pruebas.

-          Bien, podéis marcharos. Pero os seguiré muy de cerca. No podéis abandonar la ciudad hasta que termine la investigación sobre el caso, y debéis venir a comisaría cuando sea necesario.
-          Sí, de acuerdo, no hay ningún problema.- Contesta Joss.
-          De hecho, si podemos ayudar en algo, avísenos.

Don Ignacio cree en su inocencia. La actitud que han tenido, temerosos y sobretodo, sorprendidos, le hace pensar que no han tenido nada que ver. No obstante, este caso es como un laberinto en el que Ignacio no encuentra salida. Es un pozo sin fondo, un océano, un mar abierto, en el que se encuentra muy perdido.
En la calle, Joss y Enrique se miran sin entender nada.

-          Tranquilo Enrique, será una anécdota para contar. No hemos hecho nada, no pueden juzgarnos por preocuparnos por dos chicas y asegurarnos de que llegaron bien a casa.
-          Ya. Pero realmente hasta yo creería que somos culpables si me cuentan eso. En fin, quiero irme a casa. No quiero ni pensar qué puede haberle pasado a esa chica.
-          Está bien, te llamo luego.
-          Adiós.

Con una palmada en el hombro, se despiden. Enrique toma el metro para volver a casa. Durante el recorrido, medita y piensa tratando de hacer memoria y averiguar algo sobre Paola. Quizá haya algo, algún mínimo detalle que pueda ayudar. 

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