miércoles, 17 de octubre de 2012

Capítulo 18. Primera Parte.


No he pasado mala noche, contrariamente a lo que esperaba. Supongo que han sido los calmantes los que me han hecho dormir tan profundamente. Abro los ojos lentamente. Me incorporo, y advierto una bandeja a los pies de la cama. En ella, un zumo de naranja, magdalenas y un CD. Miro alrededor esperando encontrar a Irene, Rocío o Ari por la habitación. Entonces, veo una nota sobre la mesilla.

“Cielo, nos hemos ido. El avión salía esta mañana, pero nos ha dado pena despertarte. Te llamaremos al llegar, y no te preocupes, volveremos pronto. Un besito. Te queremos. Irene y Rocío.”

En fin, quizá lo hayan dejado preparado antes de marcharse. Decido seguir leyendo:

“Yo me voy a clase y comeré fuera, así que volveré por la tarde. A lo largo de la mañana vendrá Enrique a dejarte la silla de ruedas, tiene llaves. ¡¡¡No me odies!!! Ari.”

Lo imaginaba. Deben haber sido ellas. Son geniales. Estoy prácticamente convencida de que mis amigas han tenido ese detalle cuando un avión de papel aterriza sobre la bandeja. Comienzo a reír. Lo abro rápidamente:

Cada vez me caes peor, pero aún así, no me daré por vencido. Sé que detrás de esa chica escurridiza se encuentra la persona a la que conocí. ¿Me dejarás, al menos, buscarla?”

-          Pasa, anda. – Digo, riendo en voz alta. Pero nadie aparece tras la puerta. - ¡Pasa!- Grito algo intranquila. Y es entonces cuando se deja ver, recordándome que su sonrisa es la más bonita de las que he visto jamás.
-          Ya estoy aquí. Tranquila… - Dice mientras sigue sonriendo…- Cómo se nota que no puedes vivir sin mí.- Ríe mientras se sienta junto a mí en la cama.

Respondo mirando al techo y poniendo los ojos prácticamente en blanco, a la vez que bebo de mi zumo de naranja.
-          ¿Qué haces aquí? ¿Y a qué se debe esto?
-          He venido a traerte la silla, como te dije. Te he visto dormida y he creído que merecías un detalle que te alegrara un poco.
-          Muchas gracias… ¿Y el Cd?- Pregunto mientras lo cojo entre mis manos tratando de saber qué es.
-          Bueno… - Enrique se sonroja.- Creí que podía gustarte. Como vas a estar mucho tiempo sin bailar, te he grabado música tranquilita, baladas y eso para que te relajes y no sientas la tentación de ponerte a saltar.- Suelto una carcajada.- Bueno, y también porque rechacé la idea de regalarte una rosa. No te la mereces. –Vuelvo a reír.
-          Me encanta, gracias. Aunque, si quieres un consejo, mi flor favorita es la gerbera.- Mientras digo estas palabras casi susurro, y le guiño un ojo como si de un secreto se tratase.
-          ¡Vaya! ¡No lo puedo creer! ¿Me das consejos para conquistarte? - dice mientras me da un pequeño golpe en el hombro- estoy progresando  adecuadamente…- Ambos reímos. – Por cierto,-dice poniéndose mucho más serio.-  sólo quería decirte que la policía ha inspeccionado mi coche, y como es normal, no han encontrado nada. No tuvimos nada que ver, Alba, necesito que me creas.
-          Ya…- Contesto fugazmente, centrándome en mis objetivos y advirtiendo que a Enrique no le ha convencido mi respuesta.- Oye, siento mucho lo de ayer, estaba nerviosa, y supongo que de alguna forma te hice responsable. Lo siento.
-          No te preocupes, estar hoy aquí merece la pena.- Y vuelve a sonreír de esa forma tan amplia, tan especial, que hace que me olvide “casi” de todo. – Por cierto, pitufa, bonito pijama.- Dice con una sonrisa pícara mientras me chafa la nariz.

Dios mío. Estoy en pijama. Lo había olvidado. Un pantalón rosa con grandes corazones blancos y una camiseta blanca con “pitufina” delante dentro de un enorme corazón rosa. Genial. Me paso la mano por el pelo. Lo llevo todo enmarañado. Se hace un silencio en el que Enrique me mira con una sonrisa que le ocupa media cara esperando mi reacción.

-          Bueno, ¿Y qué te parezco en estas condiciones?- Le digo continuando con su broma.

Enrique piensa su respuesta. Se lleva su mano derecha a la barbilla haciéndose el interesante.
-          Pues… me hubieses parecido lo mismo que cuando te vi la primera vez, si no fuera por…- Enrique hace una pausa.
-          ¿Si no fuera por qué?- Pregunto arqueando las cejas.
-          Bueno, porque te he visto durmiendo. – No puedo evitar que la sorpresa se muestre en mi rostro.- Así, como con lo boca abierta, con toda la baba por aquí- Enrique bromea haciendo como que babea mientras se burla de mí.- Jamás podré olvidar esa imagen.
-          ¡Imbécil!-Le golpeo en el pecho mientras seguimos bromeando. -Ya puedes irte.- Digo mientras chasqueo los dedos y señalo la puerta de la habitación.
-          Y eso que no te he dicho que además haces un movimiento como así…- Comienza a mover los labios como si estuviera besando a alguien. Comienza a reírse. - Y haces un ruidito muy gracioso. ¿qué soñabas? ¿Soñabas conmigo?- Un cojín le golpea en la cara.
-          ¡Cállate ya!- Pero en realidad no podemos dejar de reír.

Enrique coge el Cd y sale de la habitación sin decir nada. Oigo como la mini-cadena se abre para permitirle introducir el Cd. Acto seguido, Enrique aparece con algo entre las manos.

-          No puedo tocarte aún la lesión, pero he traído un inmovilizador que debes llevar las 24 horas.
-          De acuerdo. Oye, ¿Cómo está Annie?
-          Bien, está mejor. Algo decaída, pero supongo que será la edad. Siempre ha sido tan activa, que se me hace raro verla tan desganada.
-          ¿Sabéis ya por qué le pasó?
-          No. Bueno, creen que fue una bajada de tensión. Le han hecho varias pruebas, pero aún no tenemos los resultados.
-          No te preocupes, seguro que no es nada.- Mientras hablo apoyo mi mano sobre la de Enrique y lo miro fijamente a los ojos.
-          Eso espero.- Contesta acariciándome la mano con su dedo pulgar mientras sonríe.

Lo más inquietante es que, me está resultando sorprendentemente sencillo fingir. No es de extrañar. Qué preciosa sonrisa. No tiene unos dientes perfectos, por eso me gusta que sin complejos los muestre todos. Es una persona tan transparente que me cuesta creer que sea capaz de hacer daño a alguien. No puedo evitar mirarlo con ternura mientras sube la pata de mi pantalón del pijama.

Desde el salón comienza a sonar “When you´re smiling” con la suave melodía que acompaña la voz de Louis Armstrong. La elección de esta canción es, cuanto menos, sorprendente.

-          ¡Vaya! Qué clásico.
-          Creo que es una canción perfecta para ti.
-          ¿Para mí? ¿Por qué?- Pregunto entusiasmada.
-          Bueno…- Enrique baja la mirada. Vuelve a subirla y sus ojos marrones se clavan en los míos.- Cuando sonríes, todo cambia. – Y sin esperar respuesta vuelve a bajar la mirada para asegurarse de que los velcros que rodean mi rodilla están lo suficientemente firmes. - ¿Bailas?- Pregunta sonriente mientras me ofrece su mano.
-          Sí, claro- Ironizo.

Enrique hace el amago de levantarme de la cama. Me resisto.
-          ¿Qué haces? ¡No puedo bailar!
-          Claro que puedes. Confía en mí, pitufa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡¡Me encantaría saber tu opinión!! Deja tu comentario...