lunes, 22 de octubre de 2012

Capítulo 19.


Paola lleva varias noches sin dormir. Está atada al cabezal de una cama y apenas recibe atención. Siempre come manjares, eso sí, debe estar alimentada y con aspecto sano por si alguien se muestra interesado en ella. Es de las pocas que queda en la mansión arábiga. Debido a las lesiones, nadie la presentó en sociedad, al igual que ocurrió con otras chicas. Las demás, todas vendidas. Ahora cada una de ellas sirve a jeques, grandes empresarios y diversos multimillonarios de varios países árabes. Por suerte, o por desgracia, ella sigue allí. Lo bueno es que nadie ha vuelto a tocarla.

Paola pasa las noches llorando pensando en muchas cosas, pero sobre todo, recordando a su padre. La relación entre ellos es muy fuerte, difícilmente comprensible por muchos. Una relación de confianza y amor inmenso que le hace tener la certeza de que su padre debe estar destrozado, más incluso que ella. Las noches en vela le hacen maquinar diferentes planes de huída, todos en vano. Las ideas se desvanecen en su mente debido a la desesperanza. Reza cada día implorando salir de allí y recuperar su vida, pero las horas corren en su contra, y cada día un rayo de luz se apaga y algo muere dentro de ella haciéndole creer que nadie podrá encontrarla jamás.

La mansión que habita también tiene siervas. Mujeres bellas que cubren su cabello con pañuelos de colores que le dan de comer, la asean y la tratan amablemente. La comprenden. Algunas de ellas abandonaron su hogar forzadamente siendo unas niñas y no conocen vida más que esa. Servir a su hombre. Un hombre que quizá sea servido por más de cinco mujeres, tantas como pueda mantener. Y a juzgar por la apariencia de este palacio, deben ser decenas. Maldita poligamia. Maldita lujuria. Malditos los que creen que el dinero lo compra todo. Malditos los que consiguen comprarlo.

A miles de kilómetros en dirección Noroeste, Cayetana pega suelas a zapatos. Tiene las manos destrozadas. A veces cree que jamás logrará escapar de allí. Recuerda como la engañaron. Cómo truncaron sus sueños. Cayetana un día fue estudiante de arte dramático. Dos años después de comenzar su carrera profesional, consiguió gracias a su talento una oportunidad en los Ángeles. Una academia le hacía un hueco debido a las recomendaciones de sus profesores. Si estudiaba en América tendría muchas más posibilidades de triunfar. Y así fue en un principio. Debido a su belleza rodó varios Spots publicitarios para cadenas locales. El brillo de su cabello castaño, sus grandes ojos y su piel morena eran un buen reclamo. Su cara aparecía en carteles y vallas publicitarias como imagen de moda. Pronto captó la atención de los más osados. Un caprichoso millonario movió los hilos necesarios como para que un día, al salir de casa, alguien la sujetara por el pelo y la introdujese a un coche. Con una bolsa cubriendo su cabeza gritó y forcejeó hasta que no tuvo más fuerzas. Le vendaron los ojos y los labios y un avión privado la condujo a una villa sobre el mar que bordea Gan, la más importante de las Islas Maldivas. Un supuesto paraíso que no fue para ella más que un infierno. Allí tuvo que servir a un gran representante de la política asiática, que aspiraba en sus mejores sueños a adquirir el liderazgo de su partido comunista chino.

Durante un tiempo, tuvo que actuar como esclava, bañando a su amo, sirviéndole la comida y satisfaciendo sus deseos sexuales. En ocasiones, cuando le enjabonaba, lloraba pensando cómo podía ahogarlo en la bañera. Pero sería imposible debido a su gran corpulencia. Pero por suerte, si algo caracterizaba a Cayetana es que nunca se rendía. Tan sólo unos días después de permanecer en la villa, mientras se dejaba amar, alargó la mano hacia la mesilla de noche y golpeó a ese hombre con la lámpara en la cabeza. Tuvo el tiempo justo para salir de la casa. Sólo había recorrido unos cincuenta metros cuando la alcanzaron. Su resistencia no obtuvo como respuesta más que golpes.  Quedó destrozada física y psicológicamente, tanto, que ningún hombre estuvo interesado en ella, por lo que la destinaron a una fábrica de explotación humana donde se trabaja de sol a sol sin descanso y nada a cambio, excepto la supervivencia.

-          Eh, tú, española. – Escucha mientras restriega las yemas de sus dedos en los pantalones para tratar de quitar de ellos los restos de pegamento.- ¿Qué pasa? ¿Estás sorda?- Dice una de las mujeres encargadas de la supervisión del trabajo.

Cayetana levanta la vista y mira a la cara a esa enorme y sudorosa mujer de unos cincuenta años.

-          Llévales la comida a las putas de abajo.

Cayetana cierra los ojos mientras un escalofrío le recorre la espalda. Recuerda la suerte que ha tenido al no estar destinada nunca a la planta baja. Se levanta de su asiento y se dirige hacia la última de las paredes de hormigón de la nave en la que se encuentra. Entra a una sucia habitación a la que llaman cocina y coge en su mano una cesta con trozos de pan y en la otra un recipiente de un puré asqueroso.  Se dirige al final de la cocina y se detiene frente a un hombre apoyado en una pared. Este se gira dándole la espalda a la joven y presiona la pared con fuerza, hasta que una falsa puerta se abre dando paso a unas escaleras. Cayetana se dirige hacia el sótano oculto, un largo pasillo lleno a cada lado de cortinas negras. Tras cada una de ellas, un pequeño espacio con una cama, un lavabo y una silla. En cada cama, chicas secuestradas o vendidas ejerciendo la prostitución por la fuerza.

Cayetana va abriendo cortina a cortina y entrando en cada apartado para servir la comida a cada chica en viejos y sucios cuencos de barro. Algunas están tan drogadas que apenas la advierten. En otros casos, hay un cliente desfogándose sobre alguna de ellas. Cayetana no puede evitar sentir el impulso de matarlos, pero sabe que eso no solucionaría nada.

Cuando se encuentra agachada depositando la comida en el suelo junto a la cama de una de las chicas, una mano le agarra de repente el hombro, sobresaltándola.
-          Ayúdame…- Suspira la joven. Cayetana la observa en silencio. Su piel es de color amarillento y sus labios y uñas se han tornado azules, de un aspecto horrible. Le cuesta respirar, y en cada respiro se oyen sonidos que hacen inferir que se está ahogando. Cayetana le sujeta la mano.
-          Ojalá pudiera.- Le contesta mientras sus ojos se llenan de lágrimas.

La joven se lleva la mano al pecho y deja oír un suave quejido por el dolor. A continuación, Cayetana le gira la cabeza para verla mejor, y observa algo de espuma en la boca. Para cuando va a mirarla a los ojos, ya están mirando hacia el techo, inmóviles. Ya no respira. Cayetana le cierra los ojos, y mientras una lágrima cae al vacío, promete en voz alta que algún día escapará de allí.

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