Esta vez encienden un enorme equipo de música que tienen
tras ellos. Una base de hip-hop comienza a sonar. Se agrupan tras la tarima
esperando que nos situemos sobre ella. Cojo a Ari de la mano y trato de hacerla
bailar. Se niega y me indica con la mano que vaya yo. Me sitúo en el centro
moviendo suavemente los hombros bajo la mirada de al menos quince personas y
los ánimos de los chicos, que dicen “camon,
camon baby” continuamente. Entre
el público hay personas muy diferentes. Londinenses que salen a pasear,
turistas que observan interesados la escena, y alguien a quien conocemos.
Ariela saluda con la mano pero no logro reconocer a nadie. En fin, me decido,
me muevo bruscamente con golpes de cabeza hacia los lados, golpes de pecho,
arcos con los brazos, doy grandes pasos y deslizo mis pies por el suelo, me
acaricio la cabeza apartándome el pelo hacia un lado. Doblo las rodillas hacia
los lados, arqueo la espalda agachándome hacia delante para subir en varias
veces de forma brusca. Sonrío, me siento bien. Bailar me hace flotar, me da la
felicidad. Tras dar una vuelta veloz, caigo al suelo abierta de piernas. Después
de hacer varios rebotes en el suelo, subo y con un salto acabo mi actuación con
los brazos cruzados, y el pulgar de mi mano derecha sobre mis labios. Los
chicos y los espectadores aplauden.
-
Eres una fiera, una máquina.- Me dicen.
-
Gracias.- Río mientras me aparto el cabello la cara.
-
Esperamos veros pronto por aquí.
-
¡Vale!- Me despido subiendo mi pulgar hacia el cielo.
-
¡Ey! ¡Has estado genial!
-
Gracias, lo tendrías que haber probado Ari. Es genial.
-
Sí, bueno, a lo mejor otro día.
-
Oye, ¿A quién saludabas?
-
A mí. – Una voz conocida suena detrás de mí. La fuerza
del destino es sorprendente. Es Enrique.- Bailas muy bien.- dice mientras me
quita un mechón de pelo que tengo sobre los labios.
-
Gracias.- Sonrío.- No sabía que estabas ahí. Si lo
llego a saber, hubiese bailado mejor. –Le digo mientras le golpeo el hombro con
suavidad.
-
¿Por qué? ¿te doy confianza?- pregunta interesado.
-
No. Me hubiese crecido para impresionarte.
En la cara de Enrique se dibuja una
sonrisa. Justo en el momento en que parece que va a decir algo decido
interrumpirle dándole una de cal y una de arena. Mientras le sujeto la barbilla
y sonrío, le digo en voz baja:
-
Aunque creo que ya te tengo bastante impresionado.- Mi
tono no ha sido lo suficientemente bajo como para que Ariela no lo escuche, así
que reacciona soltando una carcajada. Enrique la mira.
-
Tu amiga es auténtica. 1-0.- Dice señalándome con el
dedo.- Aunque espero una revancha.
-
Es una fiera. – Contesta ella mientras me pasa la mano
por el hombro.- Bueno, ¿Qué haces por aquí?
-
He venido a casa de Joss, vive por aquí cerca. Íbamos a
salir a cenar. ¿Os apetece venir?
-
¡Claro!- Ariela
responde sin darme tiempo a pensarlo.
-
Joder, vale, si lo dices con esa ilusión, habrá que ir.
-
Claro que tenéis que venir. Vamos a cenar cerca, Joss
invita.
-
¡Ah, bueno! ¡Entonces vamos! – Bromeo.
Enrique nos lleva a cenar al mismo restaurante donde cenó
el día anterior con Joss. Allí esperamos a este. Cuando llega, se queda, cuanto
menos, sorprendido.
-
¡Ey! ¡Qué sorpresa! ¿qué hacéis vosotras aquí?
-
Enrique, que nos ha obligado a venir.- Contesto rápida.
Joss nos besa cálidamente en la mejilla a ambas y ocupa el
lugar vacío junto a Enrique. Nosotras nos sentamos enfrente. Pasamos un rato
agradable entre pizzas y cervezas lager, conversaciones y bromas.
El tiempo con Enrique pasa volando. Es como si alguien
hubiese acelerado la pila de mi reloj. En el rato que estamos juntos, parece
que quiero descubrir mucho más de él de lo que me cuenta. Es como si quisiera
conocerlo al máximo. Como un tesoro que buscas ansiando descubrirlo, ese tesoro
que hará inmensamente rico a quien lo posea. Enrique no deja de bromear y
hacernos reír, intuyo que es cariñoso y una excelente persona. Además, es
guapísimo. Ninguno de sus rasgos tiene nada extraordinario, pero en el
conjunto, tiene algo que lo hace muy atractivo. Sus manos son suaves e
hidratadas. Lo sé porque ya han rozado varias veces las mías al hablar.
Después damos un paseo por las calles de Convent Garden.
Paseando llegamos a Piccadilly. Los carteles luminosos del edificio de enfrente
me conquistan. Sanyo, Samsung y Mcdonalds se anuncian entre otros con luces de
colores y flashes intermitentes. La oscuridad de la noche los hace aún más
relucientes. Bajo los carteles, una tienda GAP. Desde la plaza observo la
maravilla del cruce de diversas intersecciones que confluyen frente a mí. Si
miro a la izquierda, una calle totalmente curva me invita a recorrerla. Enrique
advierte mi rostro de alegría.
-
¿Nunca habías estado aquí?
-
No. Es precioso.
-
Me alegro de que lo hayas descubierto conmigo.- Enrique
rodea mi espalda con su brazo y apoya la mano en mi cintura.
-
Yo también.- digo mientras apoyo mi cabeza en su
hombro.
Una escena perfecta sobre los escalones de la plaza de
Piccadilly. Espontáneamente Enrique acaricia mi mejilla. Giro mi cabeza para mirarle y nuestras caras
se quedan cerca, muy cerca. Puedo sentir su respiración. Él, como resultado de
una brillante educación, roza su nariz con la mía, y se vuelve para seguir
acompañándome observando, maravillada, esa bonita parte de la ciudad.
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