lunes, 23 de julio de 2012

Capítulo 3. Completo.


Subo al metro que marcha en dirección a Westminster. Allí, una chica me saluda desde un asiento, la misma que había estado esperando conmigo para hacer la prueba.  Me siento junto a ella.
-          Hola, quiero decir… hello.
-          Hola, no te preocupes, hablo el español. Soy de Venezuela, me llamo Ariela.
-          Ah, genial, necesitaba hablar en español con alguien.  Yo soy Alba, ¿Cómo te ha ido?
-          Pues mal, la verdad. Resbalé y casi caigo al piso. Por lo tanto, ya sé que no tengo posibilidades.
-          No digas eso, no conozco a ningún bailarín que no haya caído al menos una vez en toda su carrera. Quizás hayan sabido apreciar tu talento.
-          Eso espero, aunque no cuento con ello.

Pasamos hablando un buen rato, hasta que advierto que he llegado a mi parada.
-          Bueno Ariela, yo me bajo aquí. Espero verte pronto.
-          Sí, yo también bajo. Recién llegué ayer, y quisiera conocer un poco la ciudad.
-          Yo voy a ello, ¿Te apetece que la descubramos juntas?
-          ¡Claro!
-          Pues… ¿Dónde te apetece ir primero?
-          No me importa, aún no vi nada…
-          ¿Vamos a ver el Big Ben?
-          ¡OK!

Caminamos por diversas calles disfrutando de la magia londinense. Visitamos la Catedral de Westminster, el parlamento, con su torre de cuatro relojes, cada uno de ellos en un lateral distinto, la Abadía de Westminster (o Iglesia colegiata de San Pedro de Westminster) y el ojo de Londres, esa enorme noria desde la que divisas toda la ciudad. De noche debe ser precioso, pero decidimos no esperar y probar la experiencia. Durante aproximadamente una hora de conversación en el London Eye, puedo sentir una gran conexión con Ariela, y como si de unas amigas de toda la vida se tratase, compartimos risas, confidencias, y sobretodo sueños. Sueños en común.

Ariela tiene una sonrisa preciosa. Nuestro físico es muy parecido, aunque yo soy más corpulenta. Sus ojos son más pequeños, pero ambas los tenemos oscuros, así como la piel, de un color tostado, y el pelo,  castaño muy oscuro, aunque el suyo rebeldemente rizado. Nuestros labios son gruesos, y ninguna de las dos podemos dejar de sonreír. Su risa destaca entre el discreto bullicio británico. Cada vez que ríe echa la cabeza hacia atrás, abre violentamente la boca  y ríe casi a voz de grito con unas carcajadas sorprendentemente ruidosas. Diferentes personas se giran y la miran cuando ríe. Unos no pueden evitar sonreír. Otros, no pueden evitar sentirse molestos por la espontaneidad de los latinos. Pero Ariela no lo advierte en la mayoría de las ocasiones, y cuando lo hace, ríe aún con más fuerza.
En su rostro se reflejan todos sus pensamientos. Abre los ojos enormemente cuando algo le sorprende, o cuando va a contarte algo que considera importante. Sus gestos siempre la delatan, y le es difícil, según cuenta, controlar sus impulsos.
No le importa hablar de su vida y no parece tener secretos. Me gusta esta chica. Además, su acento le da un toque aún más dulce.

-          Mi mamá siempre me educó sola. Me tuvo que sacar adelante desde muy chiquita, y la diferencia de edad entre nosotras es poca, porque me tuvo siendo muy joven, por eso a veces disfruto de una relación con ella más de amistad que de madre e hija. Mi padre marchó de Venezuela a Chile en busca de trabajo, pero allí conoció a otra mujer y ya nunca volvió. Yo tenía por allá dos años,  así que no recuerdo nada de él.
-          Lo siento mucho.
-    No te preocupes, gracias a mi mamá nunca me faltó de nada.  Además, tengo dos hermanos pequeños del nuevo novio de mi mamá que nos han traído mucha felicidad. ¿Y tu familia?
-          Eh… normal, mis padres y yo.
-          Qué bueno.

Y así voy conociéndola al mismo tiempo que descubrimos juntas una nueva realidad. Durante el camino, nos hacemos diferentes fotografías que más tarde colgaré en Facebook: Una hablando por teléfono dentro de una típica cabina roja, otra con un teléfono de llamada a emergencia, en otra ocasión bajo el Big Ben, otra simplemente de nosotras… 
Nos detenemos en un puesto de suvenires del país y nos probamos un par de gorras, reímos y seguimos inmortalizando cada momento con nuestras cámaras. Al final, decido comprar un imán con forma de autobús para la nevera y seguimos nuestra ruta turística hacia los palacios reales. Con un largo paseo a través del Parque de St James, vemos el cambio de guardia real, tras su desfile por las calles y parques del centro hasta llegar a Buckingham Palace y sus alrededores.
Decenas de personas, como nosotras, miran con interés la escena, las fachadas, decorados, jardines, parques y flores de los alrededores, y las ventanas de los palacios, esperando a que alguien importante los salude desde ahí arriba.

Antes de volver a casa, decidimos visitar Green Park. Un parque enorme y estupendamente cuidado en el que habitan, entre otros,  patos, palomas, pelícanos y ardillas. Todos ellos acostumbrados a compartir su hábitat con nosotros, los humanos. Caminando, observamos que varias personas dan de comer a los animales, de los cuales las ardillas, astutas y simpáticas, destacan por acercarse confiadas a las manos que les dan la comida. Un anciano las hace subir por su pierna hasta que alcanzan las avellanas que sostienen sus dedos. Advirtiendo que lo observamos risueñas, nos invita a que le imitemos ofreciéndonos unos cuantos frutos secos. Y así lo hacemos. Colocamos nuestra mano en la cadera, y las ardillas trepan por nuestra pierna hasta que la alcanzan. Este es otro de los magníficos aspectos que tiene Londres.  Abandonando el parque, capturan mi atención una serie de tumbonas de telas a rayas verdes y blancas que se encuentran sobre la verde y cuidada hierba. Ni siquiera están atadas al suelo y lucen relucientes a saber desde cuándo. Es sorprendente que no sea necesario asegurarlas a ningún sitio para que sigan ahí. En Murcia hubiesen durado unos días. Y, pensando en ello, decidimos volver a casa en autobús para disfrutar del paisaje.

-          Bueno, aquí es. ¿Conocías el barrio, Ariela?
-        Sí, bueno…sólo sé que hay un mercadillo precioso algunas mañanas, y dicen que el día que más gente viene es el domingo por la mañana.
-          ¿En serio? Pues el domingo iremos a comprarnos cosas.
-          Ok.
-        Oye, ¿te apetece comer algo? Es la una y media y yo me muero de hambre. Pero no tengo nada aún, así que tendremos que salir para comer algo. Bueno no respondas, venga que yo invito.
-          Vale, vale, tú mandas- Y vuelve a reír con esa risa escandalosa suya.

Decidimos comer en un italiano cercano que ofrece un menú compuesto por dos platos y el postre o café por tan sólo diez libras.
-          Para mí una ensalada de la casa y espagueti a la carbonara por favor.
-          Para mí la misma ensalada y una lasaña de verdura. Gracias.
-          ¿Y para beber?
-          Agua.
-          Sí, yo también, ponga una botella grande de agua sin gas por favor.
-          De acuerdo- La camarera marcha haciendo bailar su rubio cabello, que lleva recogido en una alta cola de caballo.

Hablamos durante otra hora acerca de mil temas. Nos da la sensación de que queremos compartir mil momentos que nos hemos perdido la una de la otra.
-          En realidad, yo siempre quise modelar…
-          ¿Modelar? ¿significa ser modelo, no?
-          Sí, allá lo decimos así, pero como ves, no doy la talla. Me faltan como unos diez centímetros- Y vuelve a reír bajo las miradas escrutadoras de algunos comensales del restaurante.
-          Bueno, tampoco eres tan bajita. Además, si no fuera por ello, tienes un cuerpo perfecto para desfilar, que así se dice en España.
-          Sí, bueno, pero desde chiquita también bailé, así que no más, estoy feliz igual, porque el baile también es una de mis pasiones. ¿Y cuál es tu historia?
-          Pues… comencé a bailar desde muy pequeña, porque mi madrina es bailarina también. Daba clases en mi pueblo y allí empecé. Entré al conservatorio con ocho años y allí me formé por completo. Así, hasta hoy.
-          Bueno, toda una vida dedicada al baile. Un bonito cuento. ¿Y tienes chico?
-          No, nada de eso.-Sonrío.- ¿Tú?
-          Bueno, tenía, hasta que supo que venía aquí. Se enojó tanto que me dio a escoger entre un futuro allí, con él, o un futuro aquí. Y obviamente, escogí este.
-          Lógico, yo también lo hubiera hecho. Por cierto, ¿Cómo conociste la compañía?
-          Una de mis profesoras se enteró por un contacto que tiene en Estados Unidos, y me avisó en seguida.
-          Mi caso también fue así. Una antigua profesora del conservatorio, ya jubilada, llamó a mi madre en cuanto lo supo, y aquí estoy.

La conversación se ve interrumpida por una carcajada de Ariela. Mientras hablaba, me he ensuciado la barbilla con la salsa carbonara. Riéndonos, me limpio y continuamos hablando.
-          ¿En qué zona vivirás si consigues entrar en la compañía?
-          Aún no sé, de momento esta noche buscaré un hostal. ¿Sabes si hay alguno por aquí que esté bien?
-          ¿Aún no sabes donde dormirás esta noche?
-          No. Ni siquiera traje equipaje. Sólo el macuto que ves con las cosas necesarias. El resto me lo enviará mi madre si me escogen, y ya buscaré algún sitio para vivir. No me conceden la beca hasta que consiga entrar en la compañía, y mientras tanto, nosotros no tenemos plata suficiente “for rent”.
-          Bueno, pues de momento, esta noche duermes aquí, y de hecho, puedes dormir aquí hasta que sepamos los escogidos para la prueba. Incluso puedes quedarte si te escogen.  Hay una habitación libre.
-          ¿En serio? Gracias Alba, yo… no sé cómo agradecértelo.
-          Pues no me lo agradezcas.

Y de nuevo una carcajada de Ariela sobresalta a algún que otro comensal, y entre risas y confidencias, Londres acoge a dos chicas que, aunque aún no lo saben, pronto serán compañeras… y también muy buenas amigas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡¡Me encantaría saber tu opinión!! Deja tu comentario...