Subo al metro que marcha en
dirección a Westminster. Allí, una chica me saluda desde un asiento, la
misma que había estado esperando conmigo para hacer la prueba. Me siento junto a ella.
-
Hola, quiero decir… hello.
-
Hola, no te preocupes, hablo el español. Soy de
Venezuela, me llamo Ariela.
-
Ah, genial, necesitaba hablar en español con alguien. Yo soy Alba, ¿Cómo te ha ido?
-
Pues mal, la verdad. Resbalé y casi caigo al piso. Por
lo tanto, ya sé que no tengo posibilidades.
-
No digas eso, no conozco a ningún bailarín que no haya
caído al menos una vez en toda su carrera. Quizás hayan sabido apreciar tu
talento.
-
Eso espero, aunque no cuento con ello.
Pasamos hablando un buen rato,
hasta que advierto que he llegado a mi parada.
-
Bueno Ariela, yo me bajo aquí. Espero verte pronto.
-
Sí, yo también bajo. Recién llegué ayer, y quisiera conocer
un poco la ciudad.
-
Yo voy a ello, ¿Te apetece que la descubramos juntas?
-
¡Claro!
-
Pues… ¿Dónde te apetece ir primero?
-
No me importa, aún no vi nada…
-
¿Vamos a ver el Big Ben?
-
¡OK!
Caminamos por diversas calles
disfrutando de la magia londinense. Visitamos la Catedral de Westminster, el
parlamento, con su torre de cuatro relojes, cada uno de ellos en un lateral
distinto, la Abadía de Westminster (o Iglesia colegiata de San Pedro de
Westminster) y el ojo de Londres, esa enorme noria desde la que divisas toda la
ciudad. De noche debe ser precioso, pero decidimos no esperar y probar la
experiencia. Durante aproximadamente una hora de conversación en el London Eye, puedo sentir una gran
conexión con Ariela, y como si de unas amigas de toda la vida se tratase,
compartimos risas, confidencias, y sobretodo sueños. Sueños en común.
Ariela tiene una sonrisa
preciosa. Nuestro físico es muy parecido, aunque yo soy más corpulenta. Sus
ojos son más pequeños, pero ambas los tenemos oscuros, así como la piel, de un
color tostado, y el pelo, castaño muy
oscuro, aunque el suyo rebeldemente rizado. Nuestros labios son gruesos, y
ninguna de las dos podemos dejar de sonreír. Su risa destaca entre el discreto
bullicio británico. Cada vez que ríe echa la cabeza hacia atrás, abre
violentamente la boca y ríe casi a voz
de grito con unas carcajadas sorprendentemente ruidosas. Diferentes personas se
giran y la miran cuando ríe. Unos no pueden evitar sonreír. Otros, no pueden
evitar sentirse molestos por la espontaneidad de los latinos. Pero Ariela no lo
advierte en la mayoría de las ocasiones, y cuando lo hace, ríe aún con más
fuerza.
En su rostro se reflejan todos
sus pensamientos. Abre los ojos enormemente cuando algo le sorprende, o cuando
va a contarte algo que considera importante. Sus gestos siempre la delatan, y
le es difícil, según cuenta, controlar sus impulsos.
No le importa hablar de su vida y
no parece tener secretos. Me gusta esta chica. Además, su acento le da un toque
aún más dulce.
-
Mi mamá siempre me educó sola. Me tuvo que sacar
adelante desde muy chiquita, y la diferencia de edad entre nosotras es poca,
porque me tuvo siendo muy joven, por eso a veces disfruto de una relación con
ella más de amistad que de madre e hija. Mi padre marchó de Venezuela a Chile
en busca de trabajo, pero allí conoció a otra mujer y ya nunca volvió. Yo tenía
por allá dos años, así que no recuerdo
nada de él.
-
Lo siento mucho.
- No te preocupes, gracias a mi mamá nunca me faltó de
nada. Además, tengo dos hermanos
pequeños del nuevo novio de mi mamá que nos han traído mucha felicidad. ¿Y tu
familia?
-
Eh… normal, mis padres y yo.
-
Qué bueno.
Y así voy conociéndola al mismo
tiempo que descubrimos juntas una nueva realidad. Durante el camino, nos
hacemos diferentes fotografías que más tarde colgaré en Facebook: Una hablando
por teléfono dentro de una típica cabina roja, otra con un teléfono de llamada
a emergencia, en otra ocasión bajo el Big Ben, otra simplemente de nosotras…
Nos detenemos en un puesto de
suvenires del país y nos probamos un par de gorras, reímos y seguimos inmortalizando
cada momento con nuestras cámaras. Al final, decido comprar un imán con forma
de autobús para la nevera y seguimos nuestra ruta turística hacia los palacios
reales. Con un largo paseo a través del Parque de St James, vemos el cambio de
guardia real, tras su desfile por las calles y parques del centro hasta llegar
a Buckingham Palace y sus
alrededores.
Decenas de personas, como
nosotras, miran con interés la escena, las fachadas, decorados, jardines,
parques y flores de los alrededores, y las ventanas de los palacios, esperando
a que alguien importante los salude desde ahí arriba.
Antes de volver a casa, decidimos
visitar Green Park. Un parque enorme y estupendamente cuidado en el que habitan,
entre otros, patos, palomas, pelícanos y
ardillas. Todos ellos acostumbrados a compartir su hábitat con nosotros, los
humanos. Caminando, observamos que varias personas dan de comer a los animales,
de los cuales las ardillas, astutas y simpáticas, destacan por acercarse
confiadas a las manos que les dan la comida. Un anciano las hace subir por su
pierna hasta que alcanzan las avellanas que sostienen sus dedos. Advirtiendo
que lo observamos risueñas, nos invita a que le imitemos ofreciéndonos unos
cuantos frutos secos. Y así lo hacemos. Colocamos nuestra mano en la cadera, y
las ardillas trepan por nuestra pierna hasta que la alcanzan. Este es otro de
los magníficos aspectos que tiene Londres.
Abandonando el parque, capturan mi atención una serie de tumbonas de
telas a rayas verdes y blancas que se encuentran sobre la verde y cuidada
hierba. Ni siquiera están atadas al suelo y lucen relucientes a saber desde
cuándo. Es sorprendente que no sea necesario asegurarlas a ningún sitio para
que sigan ahí. En Murcia hubiesen durado unos días. Y, pensando en ello, decidimos
volver a casa en autobús para disfrutar del paisaje.
-
Bueno, aquí es. ¿Conocías el barrio, Ariela?
- Sí, bueno…sólo sé que hay un mercadillo precioso
algunas mañanas, y dicen que el día que más gente viene es el domingo por la
mañana.
-
¿En serio? Pues el domingo iremos a comprarnos cosas.
-
Ok.
- Oye, ¿te apetece comer algo? Es la una y media y yo me
muero de hambre. Pero no tengo nada aún, así que tendremos que salir para comer
algo. Bueno no respondas, venga que yo invito.
-
Vale, vale, tú mandas- Y vuelve a reír con esa risa
escandalosa suya.
Decidimos comer en un italiano
cercano que ofrece un menú compuesto por dos platos y el postre o café por tan
sólo diez libras.
-
Para mí una ensalada de la casa y espagueti a la
carbonara por favor.
-
Para mí la misma ensalada y una lasaña de verdura.
Gracias.
-
¿Y para beber?
-
Agua.
-
Sí, yo también, ponga una botella grande de agua sin
gas por favor.
-
De acuerdo- La camarera marcha haciendo bailar su rubio
cabello, que lleva recogido en una alta cola de caballo.
Hablamos durante otra hora acerca
de mil temas. Nos da la sensación de que queremos compartir mil momentos que
nos hemos perdido la una de la otra.
-
En realidad, yo siempre quise modelar…
-
¿Modelar? ¿significa ser modelo, no?
-
Sí, allá lo decimos así, pero como ves, no doy la
talla. Me faltan como unos diez centímetros- Y vuelve a reír bajo las miradas
escrutadoras de algunos comensales del restaurante.
-
Bueno, tampoco eres tan bajita. Además, si no fuera por
ello, tienes un cuerpo perfecto para desfilar, que así se dice en España.
-
Sí, bueno, pero desde chiquita también bailé, así que
no más, estoy feliz igual, porque el baile también es una de mis pasiones. ¿Y
cuál es tu historia?
-
Pues… comencé a bailar desde muy pequeña, porque mi
madrina es bailarina también. Daba clases en mi pueblo y allí empecé. Entré
al conservatorio con ocho años y allí me formé por completo. Así, hasta hoy.
-
Bueno, toda una vida dedicada al baile. Un bonito
cuento. ¿Y tienes chico?
-
No, nada de eso.-Sonrío.- ¿Tú?
-
Bueno, tenía, hasta que supo que venía aquí. Se enojó
tanto que me dio a escoger entre un futuro allí, con él, o un futuro aquí. Y
obviamente, escogí este.
-
Lógico, yo también lo hubiera hecho. Por cierto, ¿Cómo
conociste la compañía?
-
Una de mis profesoras se enteró por un contacto que
tiene en Estados Unidos, y me avisó en seguida.
-
Mi caso también fue así. Una antigua profesora del
conservatorio, ya jubilada, llamó a mi madre en cuanto lo supo, y aquí estoy.
La conversación se ve
interrumpida por una carcajada de Ariela. Mientras hablaba, me he ensuciado la
barbilla con la salsa carbonara. Riéndonos, me limpio y continuamos hablando.
-
¿En qué zona vivirás si consigues entrar en la
compañía?
-
Aún no sé, de momento esta noche buscaré un hostal.
¿Sabes si hay alguno por aquí que esté bien?
-
¿Aún no sabes donde dormirás esta noche?
-
No. Ni siquiera traje equipaje. Sólo el macuto que ves
con las cosas necesarias. El resto me lo enviará mi madre si me escogen, y ya
buscaré algún sitio para vivir. No me conceden la beca hasta que consiga entrar
en la compañía, y mientras tanto, nosotros no tenemos plata suficiente “for
rent”.
-
Bueno, pues de momento, esta noche duermes aquí, y de
hecho, puedes dormir aquí hasta que sepamos los escogidos para la prueba.
Incluso puedes quedarte si te escogen.
Hay una habitación libre.
-
¿En serio? Gracias Alba, yo… no sé cómo agradecértelo.
-
Pues no me lo agradezcas.
Y de nuevo una carcajada de
Ariela sobresalta a algún que otro comensal, y entre risas y confidencias, Londres
acoge a dos chicas que, aunque aún no lo saben, pronto serán compañeras… y también
muy buenas amigas.
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