Me indican que me prepare
mientras contesto a diferentes preguntas sobre mis datos personales.
La sala muestra una clase típica
de ballet. Parquet en el suelo, espejos enormes que cubren las paredes, y
barras de ballet sujetas a los espejos. Otras barras móviles descansan en una
esquina de la sala. Cuando estoy
preparada, les entrego uno de mis CDs, y me sitúo en el centro de la sala, con
mis pies en tercera posición y mis brazos en cuarta, mientras inclino mi tronco
ligeramente hacia la diagonal derecha del aula.
Al trascurrir unos pocos
segundos, desde los distintos altavoces comienza a sonar uno de los fragmentos
de la polka de Johann Strauss II “Annen”.
Mis pies comienzan a deslizarse
por el parqué al son de la melodía. Las puntas de ballet trabajan como nunca.
Bailo… Floto… Vuelo. Mi cuerpo gira sobre sí mismo, mis piernas ofrecen a los
jueces distintos saltos y piruetas, battements, pliés, enchaînements, y todo tipo de movimientos
correspondientes a la danza clásica.
Tras sesenta segundos exactos, el dedo de uno de los
miembros del jurado detiene la música. Intento adivinar por sus expresiones la
opinión que sus mentes han creado sobre mí, pero se me hace imposible. El mismo
que ha utilizado su dedo hace unos instantes se dirige a mí con tono severo.
-
¿Desearía usted añadir algo más?
-
Eh, bueno, si me lo permiten, me gustaría hacerles una
demostración de mis capacidades en el baile español.
-
Adelante entonces.
Me quito las puntas tan
rápidamente que casi me daño los pies. La falda se desliza sobre mí de una
manera tan acertada que casi parece haber cobrado vida por la decisión de
echarme una mano. Me subo en mis zapatos con tachuelas en las suelas y, tras
entregarles otro CD, vuelvo a situarme en el mismo lugar de hace dos minutos. Esta
vez bailo y zapateo al son del clásico “entre dos aguas” de Paco de Lucía.
Tras otros sesenta segundos, el
jurado detiene mi actuación y anota en sus respectivos cuadernos esas opiniones
que intentaba en un momento anterior presagiar. Me acribillan a preguntas
referentes a mi decisión por esta compañía, por mi pasión por la danza, y con
respecto a mi personalidad.
Contesto a cada una de las
cuestiones con la mayor serenidad posible, tratando de mostrar una buena
imagen, y exprimiendo mis conocimientos de inglés al máximo. Es sorprendente
cómo la necesidad consigue que las personas actúen con todas sus armas y
capacidades. En mi caso, uso un vocabulario que ni siquiera sabía que conocía.
Para finalizar, un médico examina
mis talones, rodillas, columna vertebral y mi equilibrio. Tras las pruebas
correspondientes, al final de su resumen médico escribe “apta”. Bien, al menos
he superado una de las pruebas.
-
Puede marcharse, le avisaremos antes de que finalice la
semana.
-
Gracias.- Y me marcho con una tímida sonrisa.
Antes de salir de la sala, una de
las mujeres que forman parte del jurado me nombra:
-
Señorita Marín.
-
¿Sí?
-
Tiene usted una especie de don, transmite algo especial
cuando baila. Esta información es extraoficial, pero el director me ha
comentado que usted es lo que anda buscando. Así que, considérese parte de la
compañía.
-
Gracias señora…
-
Señorita, llámame Laura, yo también soy española.
-
Muchas gracias. No les defraudaré.
-
Lo sé.
Bajo las escaleras con una
felicidad radiante. A mi paso, decenas de estudiantes de danza se cruzan en mi
camino, pero no me importa, ahora sólo quiero dar un paseo relajante y conocer,
por fin, Londres.
Mi felicidad es desbordante, ya he
conseguido un pequeño pedacito de una vida con la que sueño desde hace mucho
tiempo. Cada vez estoy un paso más cerca de mi objetivo.
Pero a miles de kilómetros de aquí,
un matrimonio sufre internamente mientras envía fuerzas y apoyo a su hija.
-
Nuria, deja de preocuparte, nuestra hija es feliz.
-
Nuestra hija es feliz, y mi felicidad depende de que
ella esté bien, y sobre todo, de que esté. Simplemente de que esté.
Carlos retira un mechón de
cabello que cae sobre el rostro de Nuria, y la besa dulcemente en la nariz.
-
Tranquila mi amor, todo va a ir bien.
-
Eso espero. Carlos, no podría soportarlo de nuevo, te
juro que no podría soportarlo.
Nuria gira sobre sí misma y da la
espalda a su marido. De sus ojos brota una delicada lágrima que termina su
recorrido en los labios de Carlos, quien, como buen marido y compañero, conoce
a su esposa a la perfección, y antes de darle el tiempo necesario como para
suspirar, tratando de esconder su inmenso dolor, la abraza y la besa en la
mejilla.
-
Yo tampoco podría soportarlo, pero no tiene por qué
pasarle nada. No permitiré que nada de eso ocurra.
Y como cubriendo el momento con
un tupido velo, ambos contienen su llanto y vuelven a la cama, aun a sabiendas
de que no conseguirán conciliar el sueño.
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