Annie y Salvador no tienen hijos.
Tuvieron una niña hace muchos años que sufrió una muerte súbita siendo sólo un
bebé. Desde entonces, nunca han podido tener hijos. Annie siempre echó en falta
la alegría que tiene un hogar en el que viven niños. Aún sueña con su hija en
ocasiones. Sueña que le ata lazos de colores a su pelo rubio ceniza, y que la
lleva a pasear al parque con unos zapatos rojos nuevos. La sigue queriendo como
si la tuviese aquí con ella. Le hubiese dado tanto amor… Annie hubiese sido una
madre excelente. Por ello, tanto esta como su marido, tratan a Enrique como si
de un hijo se tratara. Y él les devuelve el mismo amor a ellos.
Annie le recuerda mucho a su
madre. Ambas se rigen por los mismos valores e ideales: Defienden a capa y
espada la bondad y la lealtad. Ambas le enseñaron como se debe tratar a las
personas, y especialmente a las mujeres. Recuerda cómo le decían de pequeño que
las niñas eran princesas, y que por ello debía tratarlas como tales. Cuando fue
más mayor, le explicaron que las chicas ya no querían ser princesas, aunque en
realidad lo seguían siendo, por lo que debía tratarlas con dulzura y cautela,
pero evitando que lo notaran demasiado.
Enrique no puede evitar sonreír.
Sabe que ha tenido una suerte increíble con sus educadoras.
Siempre se promete cuidar de
ellos cuando lo necesiten, pues sabe que ya se están haciendo mayores, y que el
tiempo, cruel enemigo, les está empezando a pesar a ambos.tar de un agradable
momento juntos.
Los tres se sientan a la mesa
para disfrutar del manjar que ha preparado Annie.
-
¿Qué tal el día cariño?- Pregunta Salvador
mientras se sirve algo de vino.
-
Bien cielo, como siempre, ¿tú?
-
Hemos hecho más pruebas de acceso.
-
¿Y?
-
Algunas han sido estupendas. Otras han sido un
desastre. ¿Tú qué tal hijo?
-
Bien, he masajeado unas cuantas espaldas y piernas
bonitas. –Todos ríen.- Entonces, pronto entrarán nuevas chicas a la compañía,
¿no?
-
Sí.- Responde su tío con una pícara sonrisa en los
labios.- Podrás sacar tus armas de seducción.
-
No tengo que sacarlas, me sale natural.- Este
comentario sí que hace reír a Annie.
-
No hasta que te peines.- Y todos vuelven a reír.
-
Pero si llevo el pelo corto.
-
Pero a mí me gusta más con gomina, así, hacia arriba,
como lo llevan los chicos modernos de hoy en día.
-
Está bien, bueno, pásame un trozo más de pastel.
Con algo de
esfuerzo, Annie se inclina sobre sí misma para alcanzar la bandeja que contiene
el pastel. Sobre su espalda presiona su mano izquierda para ello, mientras que
con la derecha alcanza la comida.
-
¿Te pasa algo? ¿Te duele la espalda?- Salvador se
muestra preocupado.
-
Un poquito desde hace unos días. Pero tranquilo, que te
conozco, sólo es un dolor muscular.
-
¿Seguro? Puedo llevarte al médico o comprarte lo que
necesites.
-
Salvador, estoy bien, es la edad. Sólo estoy un poco
cansada.
-
Está bien, pero cualquier cosa me avisas, ¿De acuerdo?
-
De acuerdo.
Annie abandona la mesa y se
dirige a la cocina. Vuelve con un pastel de manzana entre las manos.
-
¡Sorpresa!
-
Joder, cómo nos cuidas tía.
-
Sí, pero dejaré de hacerlo si sigues siendo tan mal
hablado.
Enrique sonríe mientras mira
hacia el techo. Siente un gran amor y respeto hacia ella. Le agradece
enormemente todo lo que ha hecho por él.
Annie se sienta tras haber
troceado el postre. Acaricia su frente con la palma de su mano, aunque siempre
tratando de esconder cualquier gesto que pueda denotar sufrimiento. Sabe que no
es nada grave, pero no quiere alarmar a su familia. Después de recoger la mesa,
descansará un ratito en el sofá. La verdad es que hoy se encuentra realmente
agotada.
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