La señora Robinson, o como
prefiere ser llamada, Annie, regresa a casa tras otro día de cansancio. Es una
mujer decidida e independiente, a pesar de estar casada y perdidamente
enamorada de su marido, sigue utilizando informalmente su apellido de soltera. Tras
levantarse muy temprano, ha salido de casa para hacer algunas compras en el
mercadillo de Portobello. Unos manteles, masa para pasteles, azúcar, una camisa
para su sobrino y un pantalón para su esposo. Las verduras son escasas en la
gastronomía inglesa, pero a Annie le encantan, y por ello suele ofrecerlas
cocidas. Las añade a su carrito y antes de marchar, le suma algo más típico de
Gran Bretaña: avena,
algunas legumbres
y guisantes, que suelen servirse en Inglaterra acompañando alimentos como la carne
o el pescado.
El carro del que tira y en el que
transporta su compra ya comienza a ser demasiado pesado para ella. Sus sesenta
y dos años están empezando a pasarle factura. Es curioso, hasta hace un año
estaba perfecta. Sin embargo, desde entonces ha caído enferma en varias
ocasiones aunque no se trate de nada grave: gripe, constipados y dolores de
cabeza sin importancia. Eso sí, desde hace dos meses se siente decaída y
cansada, y las rutinas que realizaba antes con facilidad suponen ahora un
esfuerzo.
Con dificultad sube los tres
escalones que la llevan hasta la puerta de entrada a su hogar. Vive en una
buena zona de Notting Hill, en una de esas típicas casas inglesas que parecen
una, pero que en realidad son dos hogares distintos. Al más escondido, el de
abajo, se accede por una pequeña puerta y parece desde la calle el sótano de la
primera.
Annie es dueña de la casa de
arriba. La fachada es de un blanco reluciente y tiene un gran ventanal que deja
ver una salita de estar con decoración moderna, y adornada con diferentes fotos
familiares.
Entra a casa y deja las bolsas,
ya fuera del carrito, sobre la encimera de la cocina, en un intento por detener
el tiempo y descansar un instante en el sofá. Son las doce del mediodía y en
breve tendrá que comenzar a cocinar. Enciende la televisión y la mira por un
minuto, pero a pesar de su cansancio, Annie es activa y no logra estar relajada
ni ese pequeño momento. Casi de un salto baja del sofá y se dispone a preparar
un manjar para su esposo y su sobrino.
Para cuando el cuco del reloj que
cuelga de la pared del comedor está a punto de salir indicando que es la una, Annie
ya tiene dispuesta la mesa. En ella lucen platos blancos, cubiertos brillantes
y copas de vino. En el centro de la mesa, las verduras que compró por la mañana
rellenan una gran empanada que espera ser cortada aún caliente. Para acompañar,
ha preparado algo de Pudding. Todavía en el horno termina de cocinarse un
pastel de manzana.
En ese instante se abre la
puerta. Es Enrique, su querido sobrino. Vive con ellos desde que sus padres
murieron en un accidente de tráfico hace cuatro años, cuando este sólo tenía
diecinueve. Enrique es apuesto y muy inteligente. Estudió fisioterapia en la
universidad de Oxford en un tiempo récord y trabaja como tal en la compañía de
ballet de su tío. Se encarga de masajear y tratar las lesiones de jóvenes
bailarines y bailarinas. Su alta estatura y su marcada musculatura le hace ser
deseado por muchas de ellas, y muchos de ellos. Pero el mundo del espectáculo
es caprichoso y nunca ha conseguido consolidar
una relación a causa de los diversos viajes que alejan a sus compañeras
de él. Enrique es de origen Mejicano. Su padre, su madre y su tío nacieron en
Méjico, pero vinieron a vivir a Inglaterra cuando su tío conoció a Annie, y
descubrieron que en esta ciudad sus posibilidades se multiplicaban. La madre de
Enrique, María Victoria, era bailarina, y su padre, Alfonso, se convirtió en su
representante. Para echarles una mano, el hermano de su padre, Salvador, les
ayudó a constituir una escuela de baile cuando la carrera de María Victoria se
vio acabada por la edad. Siendo socios, hicieron crecer esa escuela hasta
convertirla en una de las compañías internacionales de ballet más importantes
del mundo.
Enrique es el claro reflejo de su
madre. Su piel es suave, pero en contra de los mitos, no es demasiado morena.
Su pelo es castaño oscuro y lo luce corto, siempre sin gomina, tal cual lo
encuentra al levantarse.
Enrique besa con cariño la
mejilla de su tía mientras esta termina de poner las servilletas sobre la mesa.
Annie pasa su mano por el cabello de Enrique.
-
¿Te peinarás algún día? Así nunca conseguirás echarte
novia.
-
¿Y quién ha dicho que yo quiera una?
Y juntos ríen cómplices del
enorme amor que se tienen el uno al otro.
En ese instante las llaves de
Salvador suenan tras la puerta, que se abre para dejarle paso. Salvador retira
de su cabeza el sombrero que cubre su oscuro cabello y lo deja en el perchero,
tras colgar también la gabardina que le protegía del frío. Salvador es alto y
moreno. Su aspecto deja ver que fue un joven atractivo. Un grueso y negro
bigote cae sobre sus labios. Su carácter es serio y reservado. Demasiado
exigente en algunas ocasiones, especialmente con su sobrino, al que tiene un
cariño enorme, y por lo que desea que este destaque en todo lo que se proponga.
En ocasiones, Salvador es duro
con las personas, pero tiene una gran debilidad: su esposa. Por ella daría
cualquier cosa, incluso su vida. Annie es para él como la primera flor que nace
tras un duro invierno, avisando que llega la primavera. Annie es quien le da
alegría a los duros días de trabajo. Ella es capaz de convertir sus enfados en
templanza. Y por ella siente un amor desmedido. Salvador es otra persona cuando
está junto a ella. Porque él sabe, como todas las personas que la conocen, que Annie
tiene un aura especial que hace a todos los que la rodean ser mejores personas.
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