lunes, 23 de julio de 2012

Capítulo 4. Primera Parte


La señora Robinson, o como prefiere ser llamada, Annie, regresa a casa tras otro día de cansancio. Es una mujer decidida e independiente, a pesar de estar casada y perdidamente enamorada de su marido, sigue utilizando informalmente su apellido de soltera. Tras levantarse muy temprano, ha salido de casa para hacer algunas compras en el mercadillo de Portobello. Unos manteles, masa para pasteles, azúcar, una camisa para su sobrino y un pantalón para su esposo. Las verduras son escasas en la gastronomía inglesa, pero a Annie le encantan, y por ello suele ofrecerlas cocidas. Las añade a su carrito y antes de marchar, le suma algo más típico de Gran Bretaña: avena, algunas legumbres y guisantes, que suelen servirse en Inglaterra acompañando alimentos como la carne o el pescado.

El carro del que tira y en el que transporta su compra ya comienza a ser demasiado pesado para ella. Sus sesenta y dos años están empezando a pasarle factura. Es curioso, hasta hace un año estaba perfecta. Sin embargo, desde entonces ha caído enferma en varias ocasiones aunque no se trate de nada grave: gripe, constipados y dolores de cabeza sin importancia. Eso sí, desde hace dos meses se siente decaída y cansada, y las rutinas que realizaba antes con facilidad suponen ahora un esfuerzo.
Con dificultad sube los tres escalones que la llevan hasta la puerta de entrada a su hogar. Vive en una buena zona de Notting Hill, en una de esas típicas casas inglesas que parecen una, pero que en realidad son dos hogares distintos. Al más escondido, el de abajo, se accede por una pequeña puerta y parece desde la calle el sótano de la primera.
Annie es dueña de la casa de arriba. La fachada es de un blanco reluciente y tiene un gran ventanal que deja ver una salita de estar con decoración moderna, y adornada con diferentes fotos familiares.
Entra a casa y deja las bolsas, ya fuera del carrito, sobre la encimera de la cocina, en un intento por detener el tiempo y descansar un instante en el sofá. Son las doce del mediodía y en breve tendrá que comenzar a cocinar. Enciende la televisión y la mira por un minuto, pero a pesar de su cansancio, Annie es activa y no logra estar relajada ni ese pequeño momento. Casi de un salto baja del sofá y se dispone a preparar un manjar para su esposo y su sobrino.

Para cuando el cuco del reloj que cuelga de la pared del comedor está a punto de salir indicando que es la una, Annie ya tiene dispuesta la mesa. En ella lucen platos blancos, cubiertos brillantes y copas de vino. En el centro de la mesa, las verduras que compró por la mañana rellenan una gran empanada que espera ser cortada aún caliente. Para acompañar, ha preparado algo de Pudding. Todavía en el horno termina de cocinarse un pastel de manzana.

En ese instante se abre la puerta. Es Enrique, su querido sobrino. Vive con ellos desde que sus padres murieron en un accidente de tráfico hace cuatro años, cuando este sólo tenía diecinueve. Enrique es apuesto y muy inteligente. Estudió fisioterapia en la universidad de Oxford en un tiempo récord y trabaja como tal en la compañía de ballet de su tío. Se encarga de masajear y tratar las lesiones de jóvenes bailarines y bailarinas. Su alta estatura y su marcada musculatura le hace ser deseado por muchas de ellas, y muchos de ellos. Pero el mundo del espectáculo es caprichoso y nunca ha conseguido consolidar  una relación a causa de los diversos viajes que alejan a sus compañeras de él. Enrique es de origen Mejicano. Su padre, su madre y su tío nacieron en Méjico, pero vinieron a vivir a Inglaterra cuando su tío conoció a Annie, y descubrieron que en esta ciudad sus posibilidades se multiplicaban. La madre de Enrique, María Victoria, era bailarina, y su padre, Alfonso, se convirtió en su representante. Para echarles una mano, el hermano de su padre, Salvador, les ayudó a constituir una escuela de baile cuando la carrera de María Victoria se vio acabada por la edad. Siendo socios, hicieron crecer esa escuela hasta convertirla en una de las compañías internacionales de ballet más importantes del mundo.  

Enrique es el claro reflejo de su madre. Su piel es suave, pero en contra de los mitos, no es demasiado morena. Su pelo es castaño oscuro y lo luce corto, siempre sin gomina, tal cual lo encuentra al levantarse.

Enrique besa con cariño la mejilla de su tía mientras esta termina de poner las servilletas sobre la mesa. Annie pasa su mano por el cabello de Enrique.
-          ¿Te peinarás algún día? Así nunca conseguirás echarte novia.
-          ¿Y quién ha dicho que yo quiera una?

Y juntos ríen cómplices del enorme amor que se tienen el uno al otro.

En ese instante las llaves de Salvador suenan tras la puerta, que se abre para dejarle paso. Salvador retira de su cabeza el sombrero que cubre su oscuro cabello y lo deja en el perchero, tras colgar también la gabardina que le protegía del frío. Salvador es alto y moreno. Su aspecto deja ver que fue un joven atractivo. Un grueso y negro bigote cae sobre sus labios. Su carácter es serio y reservado. Demasiado exigente en algunas ocasiones, especialmente con su sobrino, al que tiene un cariño enorme, y por lo que desea que este destaque en todo lo que se proponga.
En ocasiones, Salvador es duro con las personas, pero tiene una gran debilidad: su esposa. Por ella daría cualquier cosa, incluso su vida. Annie es para él como la primera flor que nace tras un duro invierno, avisando que llega la primavera. Annie es quien le da alegría a los duros días de trabajo. Ella es capaz de convertir sus enfados en templanza. Y por ella siente un amor desmedido. Salvador es otra persona cuando está junto a ella. Porque él sabe, como todas las personas que la conocen, que Annie tiene un aura especial que hace a todos los que la rodean ser mejores personas.

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