Mi despertador aún marca las
siete y cuarto de la mañana. Aún estoy dormida cuando comienza a sonar mi
móvil. Anoche estuve hablando con Ariela hasta muy tarde. Seguimos contándonos
anécdotas vividas y continuamos riendo prácticamente por todo. Respondo al
teléfono sin acordarme del todo de en qué lugar me encuentro.
-
¿Sí?
-
¿Señorita Marín?- El señor al otro lado del teléfono me
habla en inglés.
-
Sí, soy yo. – Contesto en su idioma.
-
Le llamo desde la compañía de ballet México. Usted
realizó la prueba de admisión esta semana, ¿no es cierto?
-
Sí, así es. La realicé el martes pasado.
-
Bien, le llamamos para comunicarle que debe presentarse
en el edificio esta misma mañana, alrededor de las nueve. Si es posible, por
supuesto.
-
Sí, sí. No hay ningún problema. Estaré allí a esa
hora.- Mientras hablo, froto mis ojos, tengo un sueño terrible.- ¿Necesito
llevar algo?
-
Un documento de identificación y la indumentaria de
ballet adecuada.
-
Pero entonces, ¿me han admitido?
-
No puedo darle esa información. De hecho, no estoy
informado al respecto. Quizá sea para otra prueba, no estoy seguro.
-
De acuerdo, muchas gracias.
-
De nada, un saludo.
-
Adiós, gracias.
Aún no puedo creerlo. ¿Qué
querrán? Me incorporo en la cama hasta quedar sentada. Con mis manos me retiro
el pelo de la cara y me lo recojo con el coletero que llevaba en la muñeca
derecha. En ese instante, entra Ariela corriendo. Lleva su móvil en la mano.
-
¡Alba!- Los ojos de Ariela están abiertos como platos.
-
¡Lo sé!- No puedo evitar abrirlos de igual modo, al
tiempo que muerdo mis labios. - Prepárate rápida.
-
¿Pero qué querrán?- Ariela no puede cerrar sus ojos.
-
No lo sé. ¡A lo mejor nos han cogido!
Se produce un silencio efímero en
el que nos miramos a los ojos. En un segundo, ambas corremos por la habitación
mientras gritamos de alegría. Nos abrazamos, saltamos, y en un momento las dos
nos encontramos saltando sobre mi cama.
-
¡Ay virgencita que sea que sí!- Ariela une sus manos
entrelazando los dedos y mira en dirección al cielo.
-
Venga, tenemos que darnos prisa, que tenemos que
desayunar aún.
Ariela baja de la cama de un
salto, cuando se dispone a salir de la habitación, se gira bruscamente. Al
mismo tiempo que yo bajaba de la cama, alzo de golpe mi cabeza. Nos miramos y
decimos a coro:
-
¿Qué nos ponemos?
Salimos corriendo cada una hacia
sus cosas. Ariela aún las tiene en la maleta. Yo me decanto por un mallot azul
marino y chaquetita rosa.
Antes de vestirme me daré una
ducha rápida. Cuando apenas acabo de rodearme con la toalla, Ariela asoma su
cabeza por la puerta.
-
¿Puedo entrar? ¿Te importa?
-
¿Cómo me va a importar? Pasa anda.
Para cuando ya estoy vestida,
Ariela sigue peleándose con su cabello. A pesar de habérselo mojado bajo la
ducha, sigue costándole trabajo recogerlo.
Ariela tiene preparado para
vestirse un mallot negro, y chaqueta de lana blanca. Finalmente, se viste con
una falda vaquera, suéter de lana color verde oliva y botas altas marrones.
Sobre todo ello, se pone un abrigo hasta las rodillas color marrón oscuro
forrado por dentro de pelo. Además, se pone bufanda, guantes y orejeras color
beige.
-
Ey- Me dice.- ¿Pasaré frío?- Y ríe tan exageradamente
como siempre.
-
Anda- Río mientras le doy un golpe en al hombro- Vamos.
Yo visto un
pantalón marrón de tiro bajo y ancho con mis nike dunk preferidas. Arriba,
chaqueta deportiva blanca y dorada de adidas.
Además, un chaquetón marrón me protege aún más del frío. Por supuesto, también
llevo guantes. Sólo me basta colocarme las ray-ban doradas de aviador para salir de casa.
Hoy luce en el cielo el sol.
Starbucks está cerca de casa. Ari
pide un café con moca, o algo así puedo entender. Yo, mi vaso de leche sólo con
azúcar.
-
¿Sólo con azúcar?- Ari me mira extrañada abriendo sus
enormes ojos, otra vez.
-
Sí, sólo con azúcar. No me gusta el café.
-
¿No te gusta el café? Pues pide cola-cao.
-
No me gusta el chocolate.
Los ojos de Ariela se abren aún
más si cabe.
-
Ya lo sé, soy rara. Pero cierra los ojos que se te van
a salir.- Y la risa de Ariela hace sobresaltarse a la mujer con la que nos
cruzamos al salir de la cafetería.
Viajamos en metro hacia Notting
Hill. Cuando llegamos a nuestro destino, son las nueve menos veinte.
-
¿Qué hacemos? ¿Pasamos? – Ariela está nerviosa.
-
No, nos quedamos en la puerta. ¡Pues claro que pasamos!
-
Yo no quiero parecer desesperada. No quiero ser
impaciente, mejor esperamos a las nueve.
-
Está bien, como quieras.
-
O mejor, pasa tú
y ahora me cuentas, y paso yo.
Pongo los ojos en blanco y entro.
Doy mi nombre a la recepcionista y me indica el
aula a la que debo entrar. Allí ya hay tres personas esperando. Mando un
mensaje al móvil de Ariela:
“Cobarde, sube que aquí nadie muerde. Ya hay varios esperando”.
Aprieto el móvil entre mis manos,
marcando sin querer algunos números en la pantalla por ser táctil. Al mismo
tiempo que vuelvo a guardarlo en el macuto, Ariela llega jadeando. Realmente es
impetuosa. Nos sentamos en el suelo con la espalda apoyada en la pared y
fantaseamos unos diez minutos sobre qué esperan de nosotras, sobre qué hacemos
allí. En esos diez minutos llegan más personas. Tantas chicas como chicos. Yo
cuento alrededor de quince personas, y todas muy diferentes las unas de las
otras.
Tras ese tiempo, todos los
miembros del jurado que nos examinaron hace unos días entran a la clase. Además
de ellos, les acompaña alguien más. Un chico vestido con uniforme azul. Parece
un enfermero, o un médico. Quizá nos vayan a examinar de nuevo. Pero es muy
joven. Tendrá pocos años más que yo.
-
Bienvenidos.- El señor más mayor de todos interrumpe
mis pensamientos.- Soy el Señor Salvador Rodríguez, dueño de la compañía. Si
hoy estáis aquí, es porque ya formáis parte de ella.
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